Los últimos insectos / Notas de San Fabián de Alico


Jorge Muzam

Ellos también son habitantes del territorio. Habitantes mayoritarios, al menos hasta hace unos años. Y por cierto que estaban aquí desde mucho antes que un ser humano pisara esta tierra. 

Hoy se lo cuento a mi pequeño nieto cuando recorremos la comuna. Observamos cada insecto con un respeto sagrado, con agradecimiento al cosmos, por permitirnos apreciarlos y compartir la misma naturaleza. Si vemos algún insecto en problemas intentamos ayudarlo. Si una abeja cae al riachuelo le acercamos una ramita salvavidas para que logre asirse y luego la dejamos con cuidado en la hierba seca o en un arbusto, para que se recupere y pueda volver a volar libremente. Podría decir que intentamos cuidar a cada insecto como si fuera el último.

Mi planeta infantil era un Bangladesh insectívoro y casi no había lugar para nosotros los humanos. Estaban en las ramas, en el suelo, bajo cada tronco, las piedras eran casamatas antiaéreas de bichos precavidos. Estaban en las esquinas de la casa, en cada rendija, bajo la mesa, en las patas de la cama, en todas las plantas y flores. En el huerto. Los había diurnos y nocturnos. La variedad de mariposas hubiese fascinado al mismo Nabokov. Los moscardones luchaban por su predominancia ante los abejorros importados. Había luchas encarnizadas entre distintas especies de abejas, avispas y arañas. Los escarabajos reinaban con colores indecibles. Gusanos y cuncunas tenían embajadas en cada árbol viejo, y había insectos tan pero tan grandes que a veces tocabas uno accidentalmente y parecía que el alma misma te abandonaba por leves segundos. Pocos tenían nombres. Era más bien el planeta de los bichos. Un lugar donde nosotros los humanos éramos irrelevantes. La perpetuación del ciclo vital era asunto principalmente de ellos.

Han pasado algo más de 40 años de esos recuerdos y hoy, 2023, quedan muy pocos, apenas unos últimos mohicanos brindando emergencias polinizadoras heroicas en el valle de Alico... zarpazos finales para sobrevivir en este paraíso que era de ellos, y que los humanos hemos destruido en gran medida en apenas dos generaciones.

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Fotografía: Daniela Fuentes Candia.

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