Jorge Muzam
Quién si no un sanfabianino puede sentir alegría ante el aroma de los chivos, el chancho en el barro, el caballo sudado, el encendido del brasero, la uva negra de fines de marzo, los membrillos de abril, el pan amasado saliendo del horno de tarro, las castañas humeantes sobre una fuente de porcelana. Quién si no un sanfabianino disfruta un chaparrón en febrero, el murmullo del río en los amaneceres de noviembre, o patea la escarcha agostina, sabiendo que muy pronto el sol calefaccionará el valle. Nuestra memoria alberga toneles de sensaciones, millares de imágenes y sentires promovidos desde esta tierra bendita: un jarrón rebosante de harina tostada, dulzor de arrope, acidez de culle, calor de café de trigo, el Malalcura empolvándose el rostro antes de una probable lluvia, zorros escurridizos observándonos detrás de los coigües, gallinas azoradas capeando el calor veraniego bajo una patagua.
Pero la memoria alberga también una profunda admiración por nuestras madres, padres y ancestros. Por haber hecho tanto con tan poco, por permitir esta prosecución de la sangre que siente, que ama, que disfruta y que también sufre. Por el inenarrable esfuerzo que pusieron en proteger y cuidar su prole. Y en transformar el entorno, siempre con respeto y responsabilidad, sabiendo que debe perdurar para los que vienen, y que también se les puede agasajar en el tiempo plantando un manzano, un peral, un cerezo.
Gracias a ellos, y a esos viejos árboles que aún perduran por toda la comuna, hoy podemos recorrerla saciando nuestra hambre y nuestra sed, descansar bajo sus sombras, y sentirnos como privilegiados eslabones que honran y agradecen la infinita generosidad de sus ancestros.
Fotografía: El Roble Huacho. Lorena Ledesma.
Pero la memoria alberga también una profunda admiración por nuestras madres, padres y ancestros. Por haber hecho tanto con tan poco, por permitir esta prosecución de la sangre que siente, que ama, que disfruta y que también sufre. Por el inenarrable esfuerzo que pusieron en proteger y cuidar su prole. Y en transformar el entorno, siempre con respeto y responsabilidad, sabiendo que debe perdurar para los que vienen, y que también se les puede agasajar en el tiempo plantando un manzano, un peral, un cerezo.
Gracias a ellos, y a esos viejos árboles que aún perduran por toda la comuna, hoy podemos recorrerla saciando nuestra hambre y nuestra sed, descansar bajo sus sombras, y sentirnos como privilegiados eslabones que honran y agradecen la infinita generosidad de sus ancestros.
Fotografía: El Roble Huacho. Lorena Ledesma.
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