Memoria climática / Notas de San Fabián de Alico

Jorge Muzam

En las conversaciones campesinas el tema del clima es siempre un invitado de honor. Quizá porque la vida misma depende de las condiciones climáticas. Los planes para el futuro inmediato, como por ejemplo, ¿de cuánta agua se dispondrá para sembrar? ¿habrá suficiente comida para los animales? ¿en qué momento trasladarlos a una mejor pastura? y otras urgentes preocupaciones por el estilo. De ahí que la gente antigua de San Fabián de Alico fueran curtidos lectores de los elementos del clima. Las señales mínimas, la orientación de las brisas, la forma de las nubes, los círculos en la luna y en el sol, el comportamiento de los animales, la sequedad del aire, la duración de los charcos de agua, el viento norte, la peculiaridad de cada crepúsculo.

Hubo incluso un famoso meteorólogo en El Caracol, don Hilario Rodríguez, a quien la gente solía consultar y cuyos pronósticos siempre fueron acertados. (este tema lo esbozo en mi último libro Los sombreros se usaban para soplar el fuego)

Los recuerdos de los sanfabianinos antiguos están plagados de nieve, de frío intenso, de temporales interminables, de reiteradas tormentas con abundantes truenos y relámpagos. Parte importante del año se vivía arrimado al fogón, porque tampoco había demasiada ropa que ponerse y era muy escasa y cara. Por eso la mayoría de las mujeres aprendían el oficio de la lana y confeccionaban prendas para la familia. Chalecos, chamantos, calcetas y mantas. Pocas veces hubo dinero suficiente para calzado, por eso muchos niños crecían descalzos. O se cubrían los pies con lanillas y cueros, al estilo que aún puede verse en ciertas zonas alejadas del Neuquén. Los hombres debían moverse mucho para conseguir el sustento, por eso eran usuales las polainas de chivo, para proteger lo que la manta no alcanzaba a cubrir.

El campesinado suele ser precavido, aunque circunscrito, por la experiencia traspasada de los ancestros, a cierta predictibilidad en el clima. Es cierto que hay años más secos o lluviosos que otros. Pero qué sucede cuando el clima se sale de esos márgenes durante muchos años. Cuando los meses cálidos o templados empiezan a abarcar casi todo el año dejando el invierno acotado a menos de un par de meses. Cuando las napas que otrora brindaron seguridad de riego, han comenzado a secarse de manera definitiva. 

La nieve del invierno es la bendición del verano. Si no cae nieve se va produciendo un desbarajuste creciente de la producción agrícola e incluso se pone en riesgo el abastecimiento de las personas. Y eso sin contar el inmenso daño a la flora y fauna nativa.

Este invierno nos estamos enfrentando a temperaturas inéditas en el cono sur, temperaturas que parecen hablar por sí solas de una aceleración creciente del cambio climático o bien de un desbalance preocupante del planeta. 

Es cierto que todavía queda un mes y medio de invierno, solo que al terminar julio solíamos estar con la cordillera medianamente blanca de nieve. Y hoy, ya avanzando agosto, no hay mayores rastros de nieve al menos en las alturas medias de Pichirrincón y Roble Huacho. Solo en las altas cumbres hay manchones blancos que solo parecen un saludo a la bandera.

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Fotografía: Arriera en sector Roble Huacho. @Archivo Sanfabistán

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