Emociones fuertes (Cuento)


Dr. Sergio Gacitúa Montecinos

Acostumbramos reunirnos una vez al año. Sólo la amistad cultivada desde el colegio, nos permite hablar de nuestros triunfos y fracasos, sin inhibiciones. 

Sin embargo, en la última reunión sucedió algo especial; el tema se fue decantando hasta caer en aventuras y emociones fuertes, que habíamos experimentado en el transcurso del año.

Eduardo contó que en su último viaje de negocios en Arabia Saudita, en lomos de un camello, tuvo que competir en una carrera por el desierto. Él sólo había montado cuando niño un caballo de palo, pero “negocios son negocios, y el marketing es importante…” 

Con un ¡salud!, coincidimos en que fue toda una hazaña. 

Raúl, Profesor de Botánica en la Universidad, en un viaje de investigación por el Amazonas, volcó las piragua, y, las pirañas felizmente tenían preferencia por la comida local por lo cual se dedicaron con entusiasmo al botero negro, así, “pude llegar a la orilla sano y salvo”. 

Coincidimos en que fue algo realmente impresionante, y con un “Salud”, brindamos y pasamos la palabra a Claudio, un própero hombre de negocios.

Nos relató que en un viaje desde Suiza a Italia, el avión tuvo un desperfecto y cayó prácticamente en picada, pero rozó una ladera y siguió resbalando sobre la nieve hasta detenerse. El terror de esos momentos en sentir primero el estómago en el pecho y luego ver por la ventanilla, pasar las cumbres como celajes, fueron segundos, horas, no sabe, “de terror, difíciles de olvidar”. 

Junto con tomar un trago, coincidimos como siempre, en que fue una experiencia dramática, y brindamos por haber escapado ileso.

Mis amigos clavaron sus ojos en mi, y por primera vez me sentí incómodo, pues trabajo en una oficina, y aunque soy Jefe, mi ocupación es gris, no he viajado a otros países, y la posibilidad de tener aventuras está muy distante, por lo cual, y con cierta vergüenza interior, relaté lo siguiente: 

“Ustedes saben que tengo un gato que se llama Platón, bueno, es como tradición, como cosa del folklore, aquello que los gatos no se bañan, porque en la saliva de sus múltiples aseos al día, tienen un asunto que los desinfecta y les limpia la piel…. Bueno, un día mi cuñada, con la diplomacia de siempre, me dijo que “el gato estaba fétido”, y el “simpático” de su marido agregó con su risa idiota con que acompaña sus frases: “que debía bañarlo, aunque fuera una vez al año” y “tan simpático él, agregó ”que tomara algunas precauciones”. 

Decidí bañarlo un sábado por la tarde, cuando mi mujer visita a la arpía de su madre (la que aún no Descansa en Paz, y no tiene para cuando)

De reojo, sorprendí la mirada cómplice de conmiseración de mis amigos, pero ya estaba lanzado en el relato, así es que venciendo la sensación de inferioridad, seguí adelante.

Recordé la experiencia que tuve cuando quise darle vitaminas, Platón se defendió como gato de espaldas, por lo cual eché mano a la logística para bañarlo y primero preparé el baño, poniendo en la tina un poco de agua, colgando a mano la toalla, y dejando el champú al borde de la tina. Les cuento que usé el champú ecológico de cardamomo que usa mi mujer. 

Para protegerme la cara, a falta de las que usan los rugbistas americanos, me puse un colador de tallarines, por si acaso. 

Me cubrí la cabeza con un bol de batir, el que también saqué de la cocina. Los colores de mis protecciones no combinaban, pero más valía la seguridad que la elegancia. Me puse los guantes de goma, y, lentamente, me acerqué al gato. Felizmente estos animales no se fijan en la moda, así es que se dejó tomar, incluso, llegó a runrunear. (Confieso que en esta etapa del relato, tuve la impresión que las mentes de mis amigos vagaban en otros horizontes..)

Entré al baño con el gato en brazos, y ahí me di cuenta que no llevaba botas, pero con un gato en brazos y que a estas alturas ya estaba en semi posición de alerta, tuve que meterme con zapatillas a la tina, cerrar con el codo la puerta de showing door y meter a Platón al agua, sujetarlo con una mano y con la otra alcanzar el frasco de champú, tirarle un chorrito, soltar el frasco, abrir la llave del agua, tomar la ducha teléfono y mojarlo fue todo un ballet sincronizado, interrumpido por un maullido-bufido del animal, un darse vuelta y agarrarse con dientes y uñas a mi pierna fue todo uno, y yo, si gritaba de dolor en ese momento, era perder toda la coordinación muscular que necesitaba para controlar la situación, por lo tanto, con mi mano izquierda busque el frasco de champú, le puse otro poco, solté el frasco, desprendí al gato con mi mano izquierda, y, el pantalón y parte de mi piel quedaron como plátano a medio pelar, pero decidido, seguí adelante. Tomé la ducha portátil, confirmando aquello que en la clase de Física, el profesor nos enseñó sobre la “fuerza del agua saliente”, y, caliente en este caso era cierto, pues como loca desparramaba en la tina agua para todos lados, procedí al enjuague. 

Ahí me di cuenta que un gato esponjoso y sedoso cuando está seco, se transforma en una gelatina flaca y aceitosa cuando está mojado, y además pierden patas, cola y ni siquiera tienen una manilla de donde agarrarlo, y con guantes de goma ¡¡menos!!

Les cuento además que un segundo chorro de agua motiva a los gatos a saltar, así Platón llegó de un solo salto desde la tina a mi improvisado casco, eso fue con las patas delanteras, pues con las traseras, se apoyó en mi máscara y en una de mis orejas. Yo, con ambas manos, traté de tomarlo, pero se aferró con “uñas y muelas”, tuve que sacármelo a tirones con bol y todo, y desde ahí: ven? la oreja quedó rajada, ni siquiera fue un hoyo, el que me habría permitido ponerme un aro, como se usa hoy en día.

Al sacudir el casco, el gato tocó el agua de la tina, y como si le hubiese dado corriente, saltó esta vez a mi muslo y me clavó las uñas, y, una, solo una uña y apenas rozando la piel del escroto, y les juro que cualquier tormento chino es almíbar, es poco decir, bueno, a dos manos lo desprendí de un tirón, resbalé en la tina, rompí con la espalda el plástico del showing door, y para no sacarme definitivamente la cresta, traté de sujetarme de la manguera de la ducha y esta se desprendió de cuajo. 

Al menos la toalla que tenía programada para secar al gato, me sirvió para taponar la sangre de la oreja, con una mano, pues con la otra trataba de sobarme delicadamente y con ternura mi coquito herido.

Como pude, abrí la puerta del baño y salí a buscar auxilio y el gato apretó cueva, pensando a lo mejor que se libraba de una patada, la que por lo demás yo no estaba en condiciones de darle, por el dolor, y ni siquiera lo había pensado, por el dolor…

Es curioso, pero los 15 días que estuve en cama entre vacunas antirrábicas y curaciones por los rasguñones, Platón los pasó sentado sobre el televisor como estatua de yeso y con la vista clavada, impasible, en mi, agravando más,  según yo, mi estado, el hecho que mi mujer no creyera que los arañazos de las piernas y de mi testículo grande y negro como una palta y más sensible que papel fotográfico, y la oreja perforada, me los había hecho Platón.

Después, un largo silencio del grupo…Tito dijo con tono pensativo y musitante: ”Les iba a contar cuando en Nueva York, en el ascensor entre el piso 70 y 71, se cortó la…” pero mejor: ¡¡SALUD!! ¡SALUD! Dijeron a coro mis amigos.

Octubre 1996

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Fotografía: @ Daniela Fuentes Candia

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