Sandra Ramírez Sandoval
Por caminos polvorientos, solitarios y olvidados
hoy caminan los recuerdos de mi pueblo del pasado.
Ese que fue primavera, de bosques y flores danzantes,
de olor fresco a madera, a trabajo y caminantes.
De gente sencilla y alegre, de pan amasado y sabroso,
de cantos de grillos alados, de agua pura en el pozo.
De amor sincero y paciente, de almas amables y dichosas,
aunque faltaba el dinero, la vida flameaba grandiosa.
Los juegos tenían la magia de extender el día en la noche:
el luche, las escondidas se hacían sin mayor reproche.
Corríamos como locos, jugando al pille y arranque
para terminar muy cansados, tomando agua del estanque.
Las tardes eran sagradas, de baño extendido en el estero,
campesinos o turistas chapoteaban con esmero.
Si el verano terminaba, gustoso venía el otoño.
Allí recogíamos hojas, para hacer hermosos moños
que adornaban las muñecas con trapos y retoños.
Luego el invierno llegaba y corríamos por el agua,
mojándonos hasta las tripas, sin botas y sin paraguas.
Las lluvias eran eternas, el sol se iba a dormir,
de las nevadas cordilleras el frío empezaba a venir.
En esto seguía el trámite de lavar la ropa al hielo,
en la artesa, con la escobilla y la humedad cubriendo el suelo.
El secado era un teatro, con fuego y brasero ardiendo,
luego al ponerte las prendas, el humo te iba invadiendo.
¡Qué plancha! ¡Qué doblez! ¡Qué perfumes o cremas conocías!
Lo que importaba era la vida y aprovechar bien el día.
La inocencia por bandera, por escudo la simpleza,
desobedecer un deshonor, el castigo una vergüenza.
Y así aprendías a crecer, en medio de la naturaleza,
donde no había suciedad y se cultivaba la conciencia,
donde la familia y la amistad era la mejor recompensa.
Hoy he vuelto a caminar y he encontrado los fantasmas
que trajeron sin piedad sus tristezas y sus karmas.
¿Dónde está el árbol nativo que crecía en libertad?
¿Dónde, el pájaro cantor que cantaba su verdad?
¿Dónde, la montaña silente que dormía sin temor,
protegiendo en sus entrañas a los animales del cazador?
¿Por qué el bosque de pino se instaló en el corazón
de mi tierra silenciosa y construyó su gran mansión?
¿Por qué el eucaliptus, los cables de alta tensión
invadieron los espacios sin piedad, sin compasión?
¿Por qué el río ya no canta ni hay vida en su interior?
¿Por qué la gente se ha marchado sin tener explicación?
Hoy he vuelto a caminar y he encontrado los fantasmas.
Ya no hay juegos de niños, ya quedan muy pocas almas.
La tecnología ha llegado y a muchos ha reemplazado.
La vida simple en comunidad es un cuento del pasado.
Cada uno en sus asuntos, cada uno en su propio mundo.
Se multiplica el perro, el gato, y el familiar toma otros rumbos.
Por eso clamo a ti, desde la profundidad de mi nostalgia sofocante:
Hermano, amigo, padre, madre, turista o caminante,
Esta tierra es un Edén, de relieve y belleza alucinante.
Protejamos la riqueza natural que Dios nos hizo,
Disfrutemos, limpiemos, valoremos... ¡Cuidemos nuestro Paraíso!
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Fotografía superior: "Mariposas visitando mi jardin", de Daniela Fuentes Candia.
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