Perejil, el perrito libertario de San Fabián de Alico

 


Jorge Muzam

A veces, cuando los días no están demasiado fríos, vamos junto a Romina a caminar al río. Llevamos mate, algunas galletas y hasta libros para leer sentados en la orilla.

Ya al doblar hacia el camino que llega al puente vemos a lo lejos merodear a un ágil perrito blanco. 

A los pocos pasos se acerca a nosotros y nos sigue acompañando hasta la bajada al puente. En ese lugar se apresura y rápidamente lo perdemos de vista.

Al llegar al río volvemos a ver al perrito parado en una piedra al borde de la corriente, como si estuviera vigilando el tránsito de pájaros y peces. 

El perrito se llama Perejil. Es blanquecino y orejón, con una manchita marrón sobre el trasero, más flacuchento que esbelto y pelado de nariz a rabo.

Ha aprendido a cruzar calles sin ser atropellado. Bebe agua en los manantiales y camina con ritmo musical. El largo camino al cementerio parece ser su pasadizo de entrada al gran territorio que bordea el río Ñuble. 

Lo hemos visto saltar alambrados, correr con seguridad sobre las piedras, adentrarse en bosques de pinos, cruzar por túneles entre la zarzamora y olfatear cuevas abandonadas de conejos.

Alguna vez apareció con el lomo dibujado con plumón negro. Entonces le llamamos Graffitti. Luego supimos que su nombre oficial era Perejil y que su residencia está en calle Purísima.

Tiene la mirada de un cachorro y el cronómetro de un hippie. Un espíritu libertario guía sus pasos. Su felicidad es su autonomía. San Fabián es su patio de diversiones. le gusta recorrer largas distancias, olfatear la hierba, siempre solitario, aunque se acerca a saludar a las personas que van al río. Así lo conocimos. Así lo quisimos.

Empieza a oscurecer y guardamos el mate. Perejil se baja de la piedra y se sienta sobre la arenilla para remojarse las patitas. Nos acercamos para acariciarlo. Nos mueve la cola. Su semblante es amistoso. Al minuto se levanta, se sacude la arena y se escabulle entre los matorrales buscando su destino crepuscular. 

Es usual que nos encariñemos con los perros callejeros. Ellos mismos suelen ser muy afectuosos. Seres sintientes. Habitantes del territorio. Se acercan amistosamente, como saludando, a veces acompañan un trecho y luego continúan con su vida de perros callejeros. 

A menudo pasan frío, calor, hambre, sed o son maltratados.

El maltrato animal, físico y verbal, el envenenamiento y el abandono, que también es una despreciable forma de maltrato, han sido conductas muy difíciles de erradicar de nuestra comuna. Tanto por personas que los ven como amenaza o como objetos prescindibles si no son suficientemente útiles. Afortunadamente eso está cambiando, sobre todo entre las nuevas generaciones, mucho más conscientes, empáticas y protectoras con los animales.


Fotografía 1: Daniela Fuentes Candia

Fotografía 2: Lorena Romina Ledesma

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