Seis y media y ya oscurece. Las tardes de mayo son cortas. Aromáticas a cocina de humo, a chimenea vespertina. Estudié la educación básica en San Fabián de Alico entre el 77 y el 84. Eran tiempos de niebla temprana. De aguaceros interminables. Temporales de dos semanas que derribaban encinos. Granizadas inclementes que coscacheaban la cabeza. Desaforados puelches que dificultaban caminar calle arriba. Lo interesante es que nadie faltaba a clases. Nadie se quejaba. Nadie delataba. Las desavenencias se resolvían a mano limpia. Una que otra patá en la raja. Y luego tan amigos como siempre.
La penumbra temprana me hizo recordar mi infancia escolar durante los meses fríos. Contemplar desde mi puesto en la sala de clases como afuera oscurecía, el encendido de los faroles, la niebla gris engulléndose los árboles, don Raúl y don Gerardo en los patios, siempre amables y risueños, preocupados de que todo funcionara como un reloj.
Era una felicidad inexplicable. Salir de noche. Irme solo a casa. Saltar pozas de agua. Patear piedras. Retar perros hostiles. Sentía que eran cosas de grandes, y quizá por eso me hacían felices.
Fotografía: Archivo Sanfabistán
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