Marzo trajo consigo el silencio y algunas nubes plateadas. El valle de San Fabián se ha despoblado de turistas y parentelas urbanas. Las uvas se empiezan a teñir de morados y las ramas de los manzanos se desploman ante el peso de tanta fruta. Las labores agrícolas veraniegas han concluido y es hora de cambiar de registro, de volver a lo que había quedado a medias. Pero son tantas cosas que no sé por dónde empezar. Siento que a muchas de ellas les he perdido interés. Reviso mis archivos con la sensación de que no he avanzado casi nada en veinte años. Me provoca ansiedad saber que he leído tan poco y que se me va la vida, que a mi talento le he dado reiterados puntapiés de postergación. A mi orgullosa fortaleza física solo le espera la decadencia. A mi vista la ceguera. A mi lucidez la melancolía y la culpa.
Solo tengo claro que no escribiré sobre funcionarios o políticos. Al menos no individualmente sino como generalidad, como costo asociado al vivir, implícitos como ratas gordas entre los trámites de la supervivencia.
Fotografía: Jorge Muzam / Archivo Sanfabistán
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