Fernando Santiván o el tranquilo discurrir de un siglo / Notas literarias


Jorge Muzam

Hurgando en cajas de libros viejos encontré el segundo tomo de las Obras Completas de Fernando Santiván. Es un libro bastante añoso y la carátula está medio desteñida. No es que el estilo de Santiván me despeine de entusiasmo (al menos lo que conocía hasta ahora) pero me alegré enormemente por la cantidad de datos de época que pensaba encontrar. Aspectos cotidianos de otro siglo, modismos en desuso, vidas que pasaron desapercibidas, infidencias, silencios y omisiones históricas que a estas alturas de mi vida me siento en condiciones de encontrarles algún sentido.

El Tomo II, que va de la página 890 hasta la 1820, contiene las novelas Robles, Blume y Cía, El mulato Riquelme, el ensayo Escuelas rurales, y las memorias Confesiones de Santiván y Memorias de un Tolstoyano

Antes de encontrar este libro solo había leído El crisol y La camará. Novelas breves a las que el tiempo ha cubierto de injusta neblina. También recuerdo que el crítico boliviano Gustavo Adolfo Otero no había sido amable con el arte narrativo de Santiván, en su libro El Chile que yo he visto (1922)

Memorias de un tolstoyano es una pausada secuencia de recuerdos de una auténtica epopeya literaria como lo fue la Colonia Tolstoiana en Chile. No llevo muchas páginas, y lo que busco principalmente es una imagen más nítida del resto de los integrantes que participaron en esa experiencia. 

Lo que sí me ha parecido muy interesante son las Confesiones de Santiván, obra madura del escritor, ya curtido y desengañado de todos los males que aquejan a los escritores jóvenes.

Repasa allí episodios de la bohemia santiaguina de comienzos del siglo XX, como el capítulo donde describe un incidente desencadenado por la entonces joven cantante y actriz argentina Libertad Lamarque. Decepcionada de los continuos desaires e infidelidades de su amante cojo, Lamarque se lanza desde un segundo piso a la calle, con tan buena fortuna que cae justo sobre un dentista que iba pasando y sale ilesa. No así el dentista que terminó todo desguañangado.

En otro capítulo, quizás el más sabroso, cuenta las peleas intelectuales de callejón que mantuvo el español Blasco Ibañez con escritores chilenos. Corrió la sangre del orgullo herido a través de nuestra república. Nunca antes a nuestros exquisitos artistas oligarcas les habían dicho en su cara que escribían como el culo.

Un capítulo donde queda de manifiesto la muy circunspecta picardía del autor de Ansia, es cuando narra las correrías de una menuda inglesita ninfómana por los talleres y habitaciones de los artistas chilenos de esos años. Santiván intenta narrar con distancia, como si contara algo exótico que le sucede a otros, pero no puede esconder del todo el profundo deseo que le provocaba esa inglesa, así como la desazón por no tener el carácter suficiente para abordarla.

Y no es que Santiván se esfuerce mucho en narrar atractivamente los episodios, sino que los episodios saltan por sí solos, como pochoclos calientes, por sobre el tranquilo discurrir del autor.

Pero me queda bastante camino. Sé que mi amigo Claudio Rodríguez camina simultáneamente por las Confesiones de Santiván, así que de seguro podremos intercambiar impresiones próximamente, con un buen vino sobre la mesa.

-

Imagen: Fernando Santiván junto a sus hijas Iris y Regina (1963) / Memoria Chilena / Biblioteca Nacional de Chile.

Publicar un comentario

0 Comentarios