Jorge Muzam
Comienza agosto en San Fabián. Los amaneceres son de neblina y escarcha, de vacas mugiendo melodías aflautadas. Florecen manchones de aromos junto al Ñuble y las montañas se tiñen de violetas difusos. Los dramas campesinos hablan de corderos mellizos despreciados por sus madres, de bandadas de cachañas que llegan a comerse los brotes de nogales, del agotamiento de las provisiones de leña.
El escaso sol y el excesivo hielo no deja medrar la avena. Los tordos se diseminan por tierra y aire componiendo jazzes efímeros. Cierta expectación ante el advenimiento de la primavera ilumina los rostros de los sanfabianinos. Compases de cuecas y chichas bravas se asoman en el horizonte de la memoria. Aroma de empanadas. Polvo de ramada. Traqueteo de caballos. Queremos creer que ha pasado lo más duro, que el frío invierno no es más que un epílogo ingrato, pero el clima ya no obedece pautas escritas. Y lo que es peor, ha nevado tan poco.
Foto: Archivo Sanfabistán.
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