Jorge Muzam
Avanza noviembre y empiezan a madurar las cerezas en San Fabián. Las arboledas se tiñen de racimos rosados y rojos incipientes. Están por todos lados. Solo tenemos que alzar las manos y tomarlas mientras caminamos por nuestras tranquilas calles. Negras y corazón de paloma. Blancas, comunes y monstruas. Es una de las mayores bendiciones de este valle, tal como las manzanas amarillas, las ciruelas moradas, las peras de agua y los albaricoques. En cada casa hay parrones de uva negra, moscatel o Italia. No son pocas las que cuentan con castaños y nogales. En los cerros abunda la avellana. Los febreros son de durazno y mora. Abril de membrillos y naranjas. Muchas casas han heredado frutales de generaciones pasadas. Otros plantan nuevas variedades, hacen injertos y sueñan con esa abundancia proyectada a sus descendientes.
Sin embargo, la mayor parte de esa fruta cae y se pudre sin pasar por ninguna mesa. No pocos vecinos prefieren que se pierda antes que compartirla, o la miran en menos prefiriendo comprar la onerosa fruta de la industria del monocultivo, de los pesticidas, de la manipulación genética. Por eso es tan digno de destacar la iniciativa del Programa de Promoción de la Salud del Cesfam de San Fabián de generar charlas y talleres para aprovechar tanta fruta, tanto alimento desaprovechado, preservándolo para todas las estaciones, para consumirlo cada día del año, y utilizando lo que tenemos a mano, nuestro imponente sol, nuestra madera.
Este domingo asistimos muy temprano al Taller de Tecnologías Apropiadas - Construcción de deshidratador solar, impartido por los expertos Raúl Zagal y Rodrigo Barrios. Paso a paso, entre teoría y práctica, se fue conformando una enriquecedora forma de compartir aprendiendo, y de paso degustando ese festín gastronómico preparado por Violeta, audaz artista de la cocina, de la mezcla, del color. El huerto sanfabianino se vistió de gala. Tortillas de verduras, queques de nueces, ensaladas de lechugas y rúculas coronadas de caléndulas.
La jornada nos dejó contentos, entusiasmados, sintiendo que no somos pocos los que estamos en la misma causa, que aun es posible trabajar colaborativa y amablemente, aun es posible rescatar tantas cosas que amamos de nuestro territorio, aun es posible generar conciencia de nuestra riqueza natural, de nuestro patrimonio frutícola, de la necesidad de protegerlo, de aprovecharlo y perpetuarlo en pos de la autonomía alimentaria de nuestra generación y de las venideras.
El deshidratador solar construido durante este taller quedó para el uso de todos los sanfabianinos. Para quien lo necesite. Un patrimonio productivo realizado con el generoso esfuerzo de muchos.
Nuestro agradecimiento al Cesfam, a Raúl Zagal, a Rodrigo Barrios, a Juane Rosselot, a Violeta y a todos los que participaron y contribuyeron al éxito de este taller.
Nota: la crónica y fotografías son de 2016.
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