Lorena Ledesma
Sopló puelche toda la mañana. El sol resplandecía en lo alto y pese al bajón anímico post almuerzo, salimos a dar un paseo. Decidí ignorar que Tatón lucía como un trapero viejo y le puse correa para partir. No fui capaz de apreciar lo bello que se veía el camino tras tantos días de lluvia, porque Tatón estaba hiperventilado de la emoción. Fuimos al lugar de siempre, éramos los de siempre, pero para Tatón era el paraíso perruno. La arena barrida por el ventarrón semejaba un pequeño Sahara, un desierto sin reglas donde despilfarrar energía. Corrió, saltó y, a puros gritos, evité que nadara pues el río iba correntoso. Está feliz, dijo Jorge saliendo de sí por un instante. Lo confirmé mirándolo brincar sobre los arenales, dando vueltas de carnero, mordiendo ramitas hasta quebrarlas. Aquello se parecía a la felicidad.
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