Devorado por la fealdad y la basura



Jorge Muzam

San Fabián es indiscutiblemente bello, un santuario natural de características edénicas. Enormes montañas, ríos de aguas cristalinas, lagunas decantadoras de la nieve de las cumbres, bosques nativos, flora y fauna. El problema es parte de su gente. Y parte de quienes visitan el territorio.

Ayer tarde recorrimos junto al pintor Israel Gutiérrez varios sectores de la comuna. Él pretendía buscar encuadres para sus próximas obras. Algún sorprendimiento estético, confluencia de armonías de colores y elementos. Recorrimos la villa de los profesores, parte del centro, calle Andes, avenida Purísima, Villa Malalcura y El Macal. Vimos horrorosos quioscos levantados en las veredas, sin nadie que los controle, que impida o que al menos sugiera un tipo de quiosco económico y atractivo que armonice con el sentido turístico de la comuna.

En cada cuadra multitud de cabañas nuevas, ya construidas o construyéndose, que albergarán potenciales turistas durante todo el año. La mayoría instalada al ojo, en cualquier parte de cualquier patio, todas con diseños distintos, sin el más remoto respeto o conocimiento de algún sentido urbanístico. Restoranes con paredes de OSB desnudo, sin pintar, sin terminar, barras de cortinas mal puestas, baños descuidados.

Al comienzo de avenida Purísima vimos que la esquina de las enredaderas ya no está. Esas que cambiaban de color en cada estación. Los plataneros del costado del alambrado mochados hasta el tronco. Vimos con pesar cómo cortaron los añosos castaños de Villa Luz. Y sentimos tristeza porque ese lugar era increíblemente hermoso. Armónico, sombreado.
Rejas de fierro en lugares inverosímiles, sobrepoblación de chapas de zinc, al costado, arriba, abajo, en galpones, establos, gallineros. Casas relativamente sólidas, casi todas con auto y camioneta, muchas de ellas cumpliendo la función de segunda, tercera, y hasta cuarta casa para sus dueños. No pocas sacadas a través de sospechosos subsidios sociales.

Lo que nos empezó a irritar fue la cantidad de basura arrumbada en los patios de innumerables casas. Restos de nylon, invernaderos abandonados, tazas de baño volcadas, restos de cimiento, plásticos rotos, juguetes embarrados, caca de perro por todos lados, plantas moribundas, perros famélicos amarrados, mirando con cara de sufrimiento a los transeúntes. Recuerdo que en mi niñez había costumbre de mantener limpio el frontis de cada vecino.  La vereda bien barrida. La casa idealmente pintada. Cortar el propio pasto y los ramajes que salían hacia la calle. Y en la mayoría de las casas, en los patios de pobres y ricos, jardines cuidados con dedicación, mucho árbol frutal plantado para el consumo familiar, para ofrendar al visitante y para saciar el hambre y la sed de las futuras generaciones.

En nuestro caminar vimos abundantes cortadores de árboles con cara de estar haciendo algo muy importante. Y entonces le recordé a Israel que la gente sanfabianina, una parte importante al menos, tiene ese mal comportamiento. Cuando se aburre corta árboles. O los poda hasta dejarlos como un muñón. Sin que exista la más remota necesidad de hacerlo. Desde pequeño he visto desaparecer buena parte de la arboleda de mi pueblo. Hasta en mi propia casa. Enormes alamedas que embellecían el valle, castañales, encinales, robledales, frutales al por mayor. En cada sector de la comuna se apostó por irla dejando pelada. Esta misma semana miramos con pesar hacia el Malalcura, dos inmensos peladeros en sus laderas que lo semejan a un perro con tiña. Pero como es privado nadie puede meterse en el asunto. Ni en el control del agua cordillerana que entuban los avivados antes que llegue al valle. Y eso solo pasa en Chile, pues en el resto del planeta se apuesta por un sentido estético comunitario. Y hay ordenanzas para eso, que ni siquiera deben ponerse en práctica, porque las personas saben y contribuyen de buena gana a mantener su entorno para que la armonía, la limpieza y la belleza sean patrimonio de todos.

Y así nuestro amado valle se sigue convirtiendo en un peladero,  llenándose de basura. Criminal e impunemente, como sucedió y sigue sucediendo en el Estero Grande, en el estero de piedra, en el río Ñuble, en la laguna de la Plata. Pocos días atrás vimos con espanto en Youtube algunos vídeos recientes de la Laguna de la Plata, los cerros de basura, bolsas de plástico, pañales, latas de conservas, envases de tetrabrick, botellas quebradas, sartenes negros, grandes piedras milenarias rayadas con imbecilidades, y numerosos diques de basura dificultando el paso del agua cristalina que desciende montaña abajo. El calamitoso estado en que dejaron los turistas ese otrora edénico lugar deja muy mal parada a la especie humana.

Quisiera hablar con optimismo sobre la inminente recuperación del paraíso perdido, sobre la toma de conciencia efectiva de las generaciones más jóvenes, de los niños, que seguro contribuirán a mejorar todo lo que mi generación y la posterior tanto ayudó a destruir. Pero lo real, lo que duele en el alma, es ver que hoy entre los adultos predomina la flojera, el arribismo solventado en la ignorancia, el esperar asistencialismo por todo, el quejarse por todo, la escasa empatía por el prójimo, el ostentar vehículos y celulares costosos sin mover un dedo por nadie, buscando rapiñar cualquier beneficio social, aunque ni siquiera lo necesiten, aunque signifique quitárselo a alguien que de verdad lo amerite.

De cualquier forma, vaya un saludo de hermano y de ecologista profundo a las numerosas personas, niños, jóvenes y adultos mayores, que siguen contribuyendo a cuidar nuestro territorio. Aun a costa de su tiempo y su salud por tener que limpiar la inmundicia que dejan otros. A los que aman esta tierra, a los que plantan y cuidan el crecimiento de árboles nativos, a los que se oponen a la prepotencia empresarial que interviene el territorio, a los que sueñan con que los niños del futuro puedan contemplar la belleza prístina que vieron nuestros propios ojos de niño y los de nuestros antepasados.

Nota: Crónica 2017.
Fotografía: Archivo Sanfabistán.

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