Un cuento que escribí hace años basado en la casa de mi abuela Clotilde Matamala...
Dr. Sergio Gacitúa Montecinos
La niña recorrió los largos pasillos de la gran casa patronal, sintiendo al viento frío en su cuerpo y quemándose las manos con la oreja de la tetera caliente, que llevaba para servir el mate a las tres patronas, las que habían terminado de rezar el rosario de la tarde. El motivo de su peregrinar por los corredores y pasillos, era evitar el tener que pasar por el salón, en el que colgaba de un muro, esa pintura al óleo, alucinante, de una virgen cuyos ojos la seguían en forma implacable, la Virgen la miraba desde que entraba por la puerta del corredor a la puerta que daba a la pequeña sala donde sus patronas rezaban, tomaban mate y comentaban las noticias del pueblo, noticias que diligentemente traía todas las tarde, Dorila Jiménez, la costurera-modista del pueblo. Esta visión de esos ojos fríos como de lagartija cazando moscas la perseguía durante sus tormentosos sueños en forma implacable, así como la pesadilla sin saber porqué, siempre en la escuela, estaba en la misma sala, y cada año, cuando terminaba el verano, entraban otros niños y a fin de año la dejaban y además siempre se reían de ella cuando la profesora le preguntaba algo y ella no sabía, ni tampoco para que servía eso de resultados de las sumas, ni porque 2 por 2 siempre era cuatro y las hojas de los árboles de su patio y de la plaza por la cual cruzaba todos los días, se ponían de otro color y caían, y, bailaban con el viento y ella siempre quiso bailar como las hojas. También la fascinaban las carretas que llegaban de la hacienda y los inquilinos con maestría hacían retroceder, azuzando a los bueyes con las picanas hasta quedaban aculatas en los portones que enmarcaban el frente a ambos lados de la puerta de dos manos de la casona, para descargar los sacos con harina, maíz, también traían la leña y carbón, que cargaban en sus hombros con destreza, para llevarlos a las bodegas de un ala de la casa. La niña entretenía escuchar las cuentas que le daban a mi patrona, en la sala del mate, el que entre cuenta y cuenta tomaban mientras el capataz le contaba de los animales, de las siembras y de la salud de cada inquilino y sus familias.
Una mañana se levantó más temprano, por los llantos y rezos en voz alta, que salían de la sala de estar. Con temor se asomó y vio una caja negra en un caballete, con algunas flores, y rodeándola, estaban las viejas mujeres de la cocina y del aseo, las que hacían la huerta del fondo de la quinta, la que llegaba hasta del río, y deben haber sido una doce cuadras de fondo por lo menos... y algunos de los muchos inquilinos de la hacienda, los que con sombrero en mano, también rezaban a coro, y algunos, los más viejos, les corrían las lagrimas. Por la tarde, llevaron el cajón a la iglesia, y la niña recuerda que le hicieron llevar unas coronas de flores, del patio que había entre el corredor y los naranjos. Las campanas de la iglesia esa mañana repicaron distinto, y la iglesia se llenó de mujeres, de hombres y de niños, los que a coro destemplado rezaban un rosario tras otro. A ella le dolían las rodillas de tanto estar hincada, y recuerda que el cura dijo más palabras y en una misa distinta a las de los domingos, y eso no fue todo pues tuvo que quedarse toda la noche, despierta y escuchando las letanías de la mujeres y a ratos las conversaciones de los hombres en el patio delantero de la iglesia, y a veces también escuchaba unas risas contenidas. En la mañana hubo otra misa, todo el pueblo comulgó y luego pusieron la caja en una carreta con flores y las coronas y la llevaron al cementerio, que ella conocía pues ayudaba a arreglar las flores que una vez a la semana sus patronas llevaban a la tumba de los abuelos. Recuerda que tras la carreta, todo el pueblo a pie y los inquilinos atrás en sus caballos, cerraban el cortejo.. Por la tarde y después de servir cientos de mates, sopaipillas y para los inquilinos copas de mistela, y no faltaba alguno que en voz muy baja le pidiera ”una copita de aguardiente, o de enguindado…”si tienes..”, otros a la bodega, le costaba abrir las espitas de las barricas, pero le fascinaba el aroma del vino tinto, de las uvas de la hacienda, la que según sus patronas, era la más alta del país, casi a los pies de la cordillera.. El capataz pedía un “navegao” y eso le encantaba porque tenía que calentar el vino, ponerle jugo y unos gajos de naranja, aromática, que traía del patio, y al ponerle el palito de canela, sentía que las piernas le flaqueaban y se volaba..
Ese día hizo muchos viajes a buscar teteras hirviendo, sin querer y para acortar camino, pasó por la salita y tuvo que soportar la mirada maligna y fría de la Virgen del cuadro. Cansada, al fin y casi a media noche, pudo irse a dormir en la pequeña pieza vecina al dormitorio de la cocinera más vieja y le costó conciliar el sueño, pues ella y todas las mujeres al servicio de la casa siguieron rezando en voz alta, la vieja era la que hablaba más fuerte, dirigiendo el rosario.. Le costó dormirse pues al cerrar los ojos, sentía que la perforaban los ojos de culebra de esa imagen, la que ella quisiera quemar, pero, sin mirarla…
Pasó el verano, las hojas de los árboles de la plaza se pusieron amarillas algunas, otras café y otras de colores con negro rojo y amarillo, estas las recogía y guardaba entre las hojas de sus cuadernos, cuando de nuevo volvía a la misma sala, pero con compañeros nuevos y otra vez la profesora, le repetía eso de dos por dos y los compañeros se reían de ella aunque no los conocía, y, le costaba aprender su nombres.. En la casona, por las tardes todo seguía igual, pero faltaba una patrona, y, así los mates y los viajes a buscar la tetera eran menos, y con mas calma, por lo cual no le era difícil cruzar los corredores, para escapar de la mirada, la que temía y odiaba con igual intensidad… Pasaron muchos días, empezó a amanecer más temprano y tenía que estar despierta y con la tetera hirviendo para el mate de sus patronas, y, les llevaba una tortilla de rescoldo y la mantequilla que traían los inquilinos de la hacienda, para el desayuno de su patronas,a veces, le pedían huevos revueltos y queso, y las viejas en la cocina reclamaban porque tenían que ensuciar los sartenes..
Una mañana despertó con los gritos plañideros de las empleadas, y de mujeres del vecindario, que llenaban la pieza.. Se repitió lo del cajón negro, de las flores y de la llegada del administrador, el capataz y los huasos de la hacienda, quienes con sombrero en mano rodeaban el cajón puesto sobre unos caballetes de troncos, y vio que a algunos se le corrían las lagrimas por sus rostros..” decían entre dientes una y otras vez “puchas, puchas, se nos fue la patrona,,,se nos fue la patrona”…y se repitió el viaje a la iglesia, el redoble de las campanas, de las que su patrona le había contado que habían sido regalo, junto con la iglesia, de maderas de la hacienda, y las campanas de bronce, las que habían sido fundidas “ no me acuerdo donde” y llevaban en relieve...una, el nombre “JUAN BAUTISTA” y la otra “ANTONIA”... Y la iglesia, se llenó de mujeres del pueblo, de hombres, y todos rezaban a coro…horas después, abandonó la iglesia y regresó a la casona, sintiendo el viento de los corredores más helados que de costumbre…en la mañana siguiente, le extraño no oir la campanilla con que la llamaba su patrona para el mate, pero luego recordó que la habían llevado a la iglesia.. Los días se le hicieron largos, terminó la escuela y llegó el calor del verano... y siguió sintiendo un frio extraño por su soledad. Pasaron las mañanas y los atardeceres y ella veía con extrañeza que la blusa y la falda se iban encogiendo cada vez mas… por las noches la asaltaba una inquietud como relincho de lo más intimo y profundo de su ser... las viejas de la cocina no le hablaban y ella solo tejía y tejía y estaba sin esperanzas que le pidieran una tetera con agua caliente… Una tarde, en un impulso, dejó de tejer y creyendo ser llamada par sus patronas, se levantó del piso con pasos rápidos y para acortar camino entró por la sala de la Virgen… el cuadro le clavó la mirada fija, impenetrable…
Pasaron los meses y los viejos del pueblo, reunidos en la plaza seguían discutiendo si fueron más aterradores los gritos interminables como aullido de perro quemado con agua caliente y que los obligaron a entrar a la casa, o si fue más difícil arrancar los palillos de tejer, clavados hasta el fondo del muro de adobes, traspasando los ojos de la Santa Virgen… Pasaron los meses y los viejos del pueblo, en las tardes, compartiendo un cigarrillo discutían si fue al fin del verano o a principio de primavera, lo difícil que fue sacar a la niña de la sala de la casona pero todos estaban de acuerdo en que recordaban claramente, sentir en sus memorias, los aullidos interminables, aun cuando la carreta que la llevaba amarrada rumbo al hospital de San Carlos, aun cuando la carreta se perdió en la primera curva del camino…
FIN
Imagen: Virgen María de Miguel Ángel
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