Jorge Muzam
No hay grupo humano que no albergue profundos conflictos en su memoria. Por eso la mayoría de las veces los malos recuerdos se apisonan hasta hacerlos desaparecer, porque la historia que debe seguir siendo contada debe tener tonos de rosa, idealizaciones salidas de un sombrero de mago, mitificaciones de proezas que quizá nunca fueron tan heroicas.
Algo así ha pasado en San Fabián de Alico, porque no fuimos una excepción a la inenarrable violencia patriarcal ejercida durante siglos a lo largo y ancho de Chile. Y en muchos casos fue aún más abusiva, dado que el Estado fue llegando muy lentamente a poner cierta compostura en las formas de socialización de esta alejada zona cordillerana.
Por cierto que no fue generalizado, ya que las abundantes excepciones nos brindan un panorama en retrospectiva del que sería injusto no enorgullecerse. Pero los casos que a veces vuelven a emanar en los ojos tristes de abuelas y abuelos conmueven hasta el alma.
Por supuesto que no daré nombres para no herir susceptibilidades de descendientes que en muchos casos ni idea tienen de estos antecedentes, y cuya remoción puede a veces causar más daño que beneficio, según reafirma el filósofo Carlos Peña en su libro El tiempo de la memoria.
Solo quiero dejar claro que sí existió, y abundantemente, la violencia patriarcal, abusiva y desaforada, en nuestro territorio.
Violencia contra mujeres y niños; múltiples violaciones; centenares de hijos e hijas que se criaron a la buena de Dios sin nunca haber sido reconocidos ni menos haber recibido un pedazo de pan de su progenitor; hombres que amarraban mujeres y niños a un árbol para apalearlos hasta desfallecer; parejas jóvenes que debían pedir de rodillas autorización al padre de la mujer para iniciar un noviazgo; incontables borrachos que llegaban noche tras noche a golpear a su mujer y sus hijos. Hombres que rugían su fiereza hogareña y cuyas mujeres debían andar a las carreras y siempre asustadas atendiéndolos. Y la extensión física de tal hombría machista era siempre la huasca, la fusta, la correa, el palo, la varilla, el tizón, el botellazo, los puñetes, las patadas.
En la superficie de las formas esto ha ido cambiando en las últimas décadas, aunque persiste soterradamente como una mochila cultural que tardará mucho tiempo en disiparse por completo.
Si lo cuento es porque me lo han contado muchas matriarcas y patriarcas de San Fabián de Alico. Lo llevan como una herencia de la memoria de la que no pueden deshacerse y cada vez que lo vuelven a narrar lo hacen mirando el fuego o el horizonte con ojos increíblemente tristes.
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Imagen: Archivo Sanfabistán
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