Cortarse el pelo en la cordillera / Notas sanfabianinas


Ayer martes, cerca del mediodía, acompañé a mi vecino Nonato a cortarse el pelo a la peluquería Pelusa. Iba contento. Salir a cualquier lugar después de tanto encierro lo pone contento. Dice que debe cortarse a la brevedad, antes que acabe la creciente lunar, porque cortarse en menguante hace crecer un pelo más grueso y opaco. Don Nonato tiene 83 años. Más de 50 los vivió en la alta cordillera. Arriero de tomo y lomo, sabe cómo sobrevivir en condiciones extremas, sabe de tempestades, de animales perdidos en la nieve, de solidaridad entre hombres, chilenos y argentinos, que han buscado en esos inhóspitos lugares su sustento y su destino.

 En el camino me fue contando que durante gran parte de la pandemia ha tenido que cortarse él mismo las puntas más problemáticas de su cabellera. A veces han sido otros hombres, viejos amigos de la cordillera que pasan a saludarlo, quienes le han colaborado con un rápido corte para salir del paso. Dice que eso era común en la cordillera. Los hombres se cortaban entre si. Y daba lo mismo si el corte no quedaba muy bien, pues era para satisfacer un asunto práctico. Que el pelo no escapara del sombrero, que no cegara los ojos, y también por códigos de caballeros, de buena presentación, de respeto a si mismo y a los otros.

Llegamos a la peluquería. Hay una larga fila. El reciente avance a Transición ha dejado medianamente libres a las personas del pueblo para que hagan lo que no habían podido hacer en los meses previos.

Mientras don Nonato espera en la entrada de la peluquería, entablándose en enjundiosas conversaciones con otros parroquianos, aprovecho de bajarme de la camioneta para tomar fotos de la avenida Los Aromos. La bella avenida luce abandonada, llena de profundos hoyos. Nadie la ha mantenido en mucho tiempo. Avanzo unos metros. Entremedio del follaje se distingue brumosa la cumbre del Malalcura. Los árboles mutan de verdes a amarillos, marrones y rojizos. Muchos ya han quedado desnudos y en la calle, cuneta y vereda se acumulan gruesas alfombras de hojas. Una suave brisa trae mezcolanzas cordilleranas. El cercano estero de Piedras se hace presente con su murmullo apenas distinguible.

Vuelvo sobre mis pasos y espero pacientemente a que don Nonato cumpla su diligencia. Al rato lo veo volver exultante con su reluciente corte de pelo. Bajamos hasta Pichinal. Lo dejo en su casa. Antes de marcharme hacemos un brindis con vino tinto, por nosotros, por el éxito de la misión, por los amigos, por tanta historia vivida, por los que ya no están. 

Texto y fotografía: Jorge Muzam

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