Jorge Muñoz Zambrano
Desprevenidos nos pilló a todos. Acababa febrero y San Fabián seguía plagado de turistas y visitantes. Las familias santiaguinas no querían volver a sus rutinas. Tampoco las de otras ciudades. Menos aún los universitarios. San Fabián fue el oasis de la tranquilidad en medio de un país convulsionado. Las contradicciones sociales, las injusticias del sistema, el clasismo exacerbado, no se manifestaron de manera violenta en este rincón de Ñuble. Por eso muchos buscaron refugio entre estas montañas, paz para su espíritu, protección para sus hijos. Apacibles acampadas en Las Guardias, La Vega y Maitenal. Piscinazos fríos al final de avenida Los Aromos, chapoteos contemplativos en el estero de piedra. Y de paso, la alegría de las noches, la plaza colmada de gente, mercado campesino abierto, comida al paso en calle Arauco, jugos de arándano y frutilla, anticuchos de cerdo, empanadas vegetarianas, productos orgánicos, deliciosas mermeladas, artesanías en lana y madera, artistas en vivo, juegos inflables y autitos para los más pequeños.
Marzo empezó como de costumbre. Calles tranquilas, silencio recobrado, estudiantes del liceo contándose a risotadas sus pachotadas veraniegas, campesinos en bicicleta a sus labores, motosierristas trozando leños para el invierno.
Pero a poco andar sobrevino el pánico. Un virus muy contagioso se asomó por Chile, y rápidamente se ensañó con la región de Ñuble. Los almacenes y supermercados se abarrotaron de gente que acaparó todo el papel higiénico, el cloro, la leche, tallarines, arroz y legumbres. Era un prepararse desesperadamente ante la incertidumbre que tocaba la puerta de nuestras casas. Hubo que suspender clases, cerrar restoranes y peluquerías, centros de diversión. Tomar infinidad de precauciones, distanciamientos sociales, lavado reiterado de manos, mascarillas y guantes, desinfección de calles, garitas y buses.
Como en la viña del Señor hay de todo, también reaparecieron los cuatro pelagatos de siempre en las redes, quejándose, inculpando a la administración de turno, cizañeando, exacerbando el pánico entre la gente más humilde. Tomándose incontables selfies como salvadores de la situación para altavocear su ramplona ambición de poder. Diseminando el virus del odio para sacar bien lustrosa su tajada política. Afortunadamente la inmensa mayoría los conoce y soporta, pero no les cree nada.
Avanzan los meses en medio de una normalidad engañosa. Apenas se ven personas en las calles. El silencio es interrumpido solo por bandadas de cachañas y alguna que otra casa donde gente irrespetuosa pone música a todo volumen. Se han puesto barreras sanitarias en los puntos de acceso a la comuna. El municipio ha hecho lo posible para proteger a la comunidad dentro de sus leves atribuciones y escasas finanzas. No hay desabastecimiento de productos básicos. Los dos supermercados y el resto de almacenes y verdulerías tomaron, en su mayoría, precauciones sanitarias. Respetar fila y distancia, lavado de manos y exigencia de mascarilla. La gente de menos recursos ya resiente la repentina subida de precios.
Los casos confirmados en la comuna son aumentan. Toda gente sanfabianina, buenas personas, que esperamos de corazón se recuperen a la brevedad. No sabemos hasta cuando dure esto. Los artesanos, los recolectores, los pequeños campesinos, las personas que viven el día a día, que en San Fabián son la mayoría, la irán teniendo cada vez más duras. Se acaban las provisiones, se acaba el a qué echar mano. Quedan meses fríos por delante. Nos quedará apelar a la solidaridad y a medidas de extrema emergencia. Como pueblo, como comunidad que vive y ama este territorio, debemos salvarnos entre todos.
Fotografía: Archivo
1 Comentarios
Tierra bendecida, Jorge.
ResponderEliminarNo sabemos lo que tenemos, hasta perderlo.Es la prueba para valorizar, vivir en paz, amor, respeto, y verdad.
Restaurar todo, y ser hombres de bien, la cultura ayudará, pero como cristiano, recordar que en nuestro Señor está el camino la verdad y la vida, seguir adelante con fe.
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