Jorge Muzam
Cada anochecer, luego de acostarnos, papá se quedaba en pie y se dirigía al viejo rancho del fogón. Al comienzo no sabía lo que hacía aunque vislumbraba que algo quedaba encendido. Con el tiempo pude seguirlo a escondidas y contemplar su diario ritual de encendido de velas.
Papá se arrodillaba y encendía dos velas. Luego le hablaba a su tía-madre fallecida y al resto de sus antepasados. Pedía por nuestra salud, por mamá, por los animales y las cosechas. Se persignaba varias veces y retrocedía lentamente en actitud reverencial. Hubo ocasiones en que papá no tuvo dinero para comprar velas pero igual ejecutaba el mismo ritual y pedía perdón por no cumplir con su ofrenda. Luego se iba a acostar.
Más de una ocasión me quedé aguardando con la esperanza de ver aparecer los espíritus ofrendados. A veces fueron horas auscultando tras las rendijas pero nunca vi ni oí nada.
Las velas y los ruegos de papá no ayudaron demasiado en nuestra economía pero al menos fuimos sanos, fuertes y alegres, lo que tal vez fue su principal anhelo en todas esas noches que se hincó de rodillas ante sus antepasados.
Fotografía: Archivo Sanfabistán.
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