Durante mi estancia en Corrientes, Argentina, tuve el privilegio de conocer los bordes del Iberá, uno de los humedales más grandes del mundo. Fue como divisar un edén. Un enorme espejo terrestre de nubes, cielo azul y pequeños arbustos, y entremedio multitud de cigüeñas, caranchos, caballos salvajes, carpinchos, venados, yacarés, lobitos de río y variedad de especies conviviendo apaciblemente. La superficie de los Esteros del Iberá es bastante superior a la provincia de Ñuble. Es, por tanto, uno de los pulmones relevantes de nuestro planeta. Y aunque sufrió serios contratiempos a comienzos de los 70, ha podido ir restaurando el estado de equilibrio de su ecosistema. Parte de esta recuperación se debe a la contribución de Douglas Tompkins, empresario y activista ambiental seguidor del filósofo noruego Arne Naess y su concepto de “ecología profunda”, que considera a la humanidad como parte de su entorno. Tompkins compró 150 mil hectáreas con la expresa intención de restaurar su equilibrio y luego donarlo al Estado argentino. El proceso ha sido exitoso hasta ahora y ya se han podido reintroducir especies que estaban casi extintas como el yaguareté o jaguar.
En los Esteros del Iberá y en sus emprendimientos en la Patagonia chilena y argentina, el Conservation Land Trust (fundación que prosigue la labor de Tompkins) ha subrayado la noción de “producción de naturaleza” para promover el desarrollo humano local. "Si otros producen trigo o autos, hay que aprender a producir venados, yacarés, jaguares… y crecer desde allí gracias al ecoturismo", remarcan. En Corrientes ya han empezado a comprender el poder económico que subyace en este tipo de turismo.
Si esta noción la traemos a San Fabián, donde (salvo el desastre medioambiental de las hidroeléctricas, forestales y el incendio del cerro Alico) aun nos queda una parte significativa de territorio al que podríamos denominar como santuario natural en proceso de restauración de su equilibrio. Si ya no circulan huemules, pues creemos las condiciones para que se reproduzcan, tal como pumas, guiñas, chingues, pudúes, vizcachas, quiques, zorros y hasta guanacos, porque también habitaron este lugar. Reforestemos con especies nativas. Alejemos a las forestales de nuestra comuna porque solo traen depredación, pobreza y muerte. Y si no podemos alejar a las hidroeléctricas exijamos al menos una cuantiosa mitigación que nos permita crear infraestructura turística perdurable y de primer nivel. Porque, dadas las características de nuestra comuna, lo único que nos puede traer un desarrollo sustentable, generalizado, en el que todos podamos ser partícipes y beneficiarios, es el ecoturismo.
Y enseñemos a nuestra población a querer lo nuestro, lo autóctono, lo que estuvo siempre, porque eso es lo que buscan los turistas. Quienes arriban a San Fabián no necesitan que les recreemos su ambiente cotidiano, sus comodidades citadinas, su ruido infernal. Ellos vienen por algo muy distinto, por el deseo de insertarse momentáneamente en una cultura arriero campesina, una cultura con impronta cordillerana, silenciosa, aromática a chivo, a boldo, a cocina humeante, a charqui, café de trigo, avellana y harina tostada. Nuestras viejas costumbres deben recuperarse, nuestras celebraciones, nuestros dichos, nuestro humor. Valorar todo eso que nos identifica como sanfabianinos y ofrecerlo con orgullo a los visitantes.
Foto: Archivo Sanfabistán.
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