El valor del huerto sanfabianino


Lorena Ledesma cosechando lechugas.

Jorge Muzam

Noviembre está en su cénit. Amaneceres cubiertos de rocío; mediodías calurosos, con el sol en cueros y brisas contradictorias; largos atardeceres de mates desgastados junto al río, y noches lunares, de grises y sombras, como grabados crepusculares de Goya. El frescor trae esencias aromáticas de poleos tiernos y rosas chinas.

En San Fabián se sobrevive de muchas formas y la huerta es una contribuyente importante a la superación de los días. Las lechugas ya han crecido lo suficiente y arriban a la mesa tonificadas con vinagre de manzana. Los tomillos ya tienen la altura para condimentar los guisos. Los oréganos han formado sus propios escudos de tortuga, tal como la mentas que se imponen en prestancia sobre el desprevenido toronjil. Pollos intrusos han volteado algunos repollos y picoteado las frutillas que deben ser cosechadas cada tarde. Mientras limpiamos de manzanillón las hileras de frambuesas encontramos un nidal. Veinte hermosos huevos celestes que entregamos en un canastito a la dueña de la gallina que muy contenta nos da las gracias.


Foto: Archivo Sanfabistán

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