Jorge Muzam
Arturo Pérez-Reverte, escritor y periodista español, manifiesta sentir estupor ante los escritores que no leen. Algo que notamos a leguas quienes leemos y escribimos. Algo así como ver un cirujano operando a su paciente con los conocimientos elementales que adquirió en la parvularia. No creo posible que exista un verdadero escritor sin que previamente haya sido y siga siendo un gran lector. Voraz, autónomo, meticuloso, incansable.
Algo parecido me sucede cuando observo a los profesores que no leen. No me cabe en la cabeza que un profesor no esté permanentemente actualizando sus conocimientos. Que no expanda hacia otras áreas sus ansias por saber. Que no experimente un cosquilleo infantil ante la presencia de una biblioteca, sus tesoros, sus novedades.
Recuerdo que incluso en mi pueblo cordillerano existían profesores que eran buenos lectores, no luminarias, pero sí lectores. Y en nuestra casa, y en la de mis abuelos, todos leían ávidamente. Y varios vecinos, y tíos, y visitantes. casi todos portaban libros en su equipaje. Los libros eran atesorados.
Casi todos los profesores de la vieja escuela sanfabianina, la mayoría normalistas, fueron a su vez contribuyentes relevantes del desarrollo pueblerino. Pusieron con generosidad sus capacidades, conocimientos y su tiempo mismo al servicio de la comunidad sin esperar retribución personal alguna, más que la simple satisfacción de ver que los procesos iban efectivamente avanzando. La misma revista del centenario, Antorcha Cordillerana, fue promovida y redactada principalmente por profesores, y en ella queda patente el sinnúmero de gestiones que realizaron estos mismos profesionales para fortalecer la calidad de vida de la comunidad.
Ya fuesen tareas de alfabetización, eventos culturales, competencias deportivas, formulación de proyectos o emergencias bomberiles, los profesores siempre estaban dando la cara.
Hoy muy poco de esto se ve. Como que cada uno se ajusta cronométricamente a la obligatoriedad de aula que le dicta su contrato, y luego desaparecen en sus vidas particulares. Lo he comprobado no solo en San Fabián, sino a través de mi largo periplo por otras ciudades, y compartiendo días y estaciones con numerosos profesores. Muy pocos leen o se perfeccionan. Solo se suelen quedar con el diploma atestiguador que les servirá para ganarse la vida. Y si hacen cursos, remotos o presenciales, será solo por la posibilidad de un posible bono extra. O para ostentar un magíster que poco o nada significa en la pirámide del conocimiento y menos en la vida real. Lo que más se percibe es la desaparición de la importancia que se atribuía al conocimiento como factor de crecimiento personal, así como la extinción del sentido colectivo o comunitario para centrarse en la autosatisfacción.
Lo más descorazonador es que parece ser una realidad de época. Hoy es tan usual encontrarse con profesionales de las más diversas áreas que son analfabetos o perfectamente ignorantes en todos los aspectos que no conciernan a su profesión, como si la humanidad hubiese avanzado siquiera un milímetro a través de parcelas separadas de conocimiento. En el caso de Chile, dada la escasa regulación de la calidad académica de las instituciones superiores, particularmente privadas (que hoy son la mayoría), no es posible confiar de buenas a primeras en la supuesta preparación adquirida por un profesional titulado. Actualmente es usual encontrarse hasta con abogados, periodistas, asistentes sociales y médicos escribiendo con nivel de primaria, lo cual delata la precaria formación que los sustenta.
Las razones son múltiples, y muchas de ellas apenas afloran en los anales de la investigación científica. Un caso con el que podríamos reforzar este artículo es el de Nicholas Carr, autor superventas, quien publicó un libro ya traducido a 25 idiomas, The shallows: what the Internet is doing to our brains (Superficiales: lo que internet está haciendo con nuestras mentes), donde reafirma que "
Es indudable que este problema redunda en gran parte de nuestro profesorado. Y los lectores extinguiéndose día tras día, cuán despobladas se ven las bibliotecas, y ni hablar de nuestra biblioteca sanfabianina, que ni espacio propio ni personal permanente ni trabajo de estimulación lectora tiene. Como que a nadie le importa. Como que nadie lo percibe. Como que estuviera al final de todas las prioridades. Cada personajillo público vive más preocupado de blindar su miserable ego, de calafatear su mezquino nascisismo basado en nada, de vivir enfangado en trifulcas infantiles con otros personajillos igual de pequeños, de perfumar su ignorancia y su vanidad, para que no se note tanto el mal olor. Pero por supuesto, casi todos viviendo muy a gusto con el dinero de los impuestos de todos.
Un fenómeno que se empezó a hacer patente desde mediados de los noventa, fue la disolución de las bibliotecas en los hogares. Grandes o pequeñas, concedían hasta entonces un cierto tipo de estatus social. Pero luego empezaron a ser una molestia, un rincón mal ocupado, que proveía más polvo que luces para la mente. Y fueron desapareciendo de casi todos los hogares, quedando solo en las casas de los escasos lectores que persistieron en su afán, y también en las de las viejas elites educadas, para quienes siguió concediendo estatus intelectual.
Y respecto a los profesores, no todo es color de hormiga, pues las excepciones a la regla las recuerdo con profundo cariño y admiración, pero son solo eso, excepciones.
Sin embargo la inquietud persiste en mí. Cómo es posible que alguien que no lee, que no se actualiza, que no se perfecciona, que no siente amor genuino por el conocimiento, esté participando en la formación intelectual y valórica de niños y jóvenes.
Y no solo no leen los profesores, tampoco lo hacen los supervisores de la educación, ni los bibliotecarios, ni prácticamente ninguno de los funcionarios intermedios del ministerio. Menos aún en los municipios, donde alcaldes y concejales suelen meter la cuchara opinando e incidiendo ramplonamente sobre asuntos pedagógicos y de las más variada índole, que usualmente desconocen por completo.
Por cierto que atribuyo toda la importancia merecida al traspaso de sabiduría práctica y filosófica entre generaciones, a las formas como las comunidades se han ido organizando y preservando en el tiempo, y que en el caso de San Fabián de Alico ha sido vital, contribuyendo a conformar una cultura peculiarísima. Este traspaso no está en los libros y es fundamental para mantener la cohesión social, la sobrevivencia económica, el orgullo ancestral, el sentido de pertenencia, la proyección desde una raíz cultural sólida. El tema es que actualmente ni de esto se tiene mucha conciencia o no se le atribuye la relevancia que realmente posee en el devenir comunal.
Por otro lado, todo el imperio mediático, en manos de muy pocos grupos económicos, tiene su propuesta comunicacional intencionalmente apuntada a un contenido banal, superficial y evasivo, destinado a masificar receptores consumidores, desinformados y carentes de capacidad crítica.
Al statu quo político y económico le conviene sobremanera mantener a la mayor parte de la población en un rango idiotizado, despolitizado y centrado en su microespacio de autosatisfacción. Por esto, cada vez se ven peores ratas en puestos relevantes de la política, legitimados por mayorías de votantes con nula capacidad para percibir las intenciones del cretino que están votando.
Sé que el mundo ha cambiado, que hay formas lectoras alternas, principalmente digitales, donde las personas están ejerciendo esta práctica buena parte del día. El tema es la profundidad de lo que se lee y escribe, la falta de motivación, la permanente distracción, el nulo interés por aprender y desplegar la riqueza del lenguaje, cuyo efecto comprobado científicamente es la reducción de las palabras que estructuran el pensamiento, y por ende, de los límites de este.
Quizá pensando en esta necesaria adaptación lectora al mundo digital, y en el convencimiento quijotesco de que aún es posible llegar a vivir en sociedades de lectores, que vivan, sientan, disfruten, aprendan y empaticen con sus semejantes a través del efecto que produciría en ellos acceder reflexivamente a las grandes obras literarias, es que acepté dirigir una colección de narrativa digital de la Editorial BGR de España. Proyecto internacional de gran envergadura, extraordinariamente bien llevado por su propietaria y por los directores de las distintas colecciones.
Un caso paradigmático que otorga fortaleza argumental a este proceso de aparente idiotización mundial son los últimos resultados del Efecto Flynn, conjunto de investigaciones que han venido midiendo el avance o retroceso del cociente intelectual en diferentes partes del mundo desde los años 30 del siglo pasado, y que han dejado al desnudo el estancamiento, y también un abierto retroceso, de la inteligencia humana a partir de la década de 1990.
Parece ser, en definitiva, un problema estructural de época al que no se le avizora solución inmediata. Quizá se cumpla pronto la profecía de Einstein y volvamos a apalearnos como primates insensatos, o bien seremos como el comienzo de la película 2001 Odisea en el espacio, sin posibilidad intelectual alguna de seguir avanzando en la historia.
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Imagen: Extraída de Editorial BGR / https://editorialbgr.com/
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