El Chacal de Nahueltoro / Memorias de Ñuble


Nelson Villagra Garrido

Sin duda este film, “El Chacal de Nahueltoro”, se convirtió en un hito en mi carrera profesional en Chile. Del mismo modo lo fue para Miguel Littin, su director. Porque aunque ambos – independientemente –, a posteriori, hemos hecho trabajos cinematográficos importantes, celebrados y premiados por la crítica internacional, en Chile, Miguel ha seguido siendo “el director del Chacal…” y Nelson, “el actor del Chacal…”.

Tal vez, por todo ello, deberé extenderme un poco más en esta experiencia artística.

A mí no me ha molestado que el espectador chileno me clasifique como el actor “del Chacal”. Quizás porque artísticamente mi capacidad innata de transfiguración nunca se ha visto afectada por éste o aquel personaje.

Y por otra parte, fue evidente desde el estreno del film en Chile, que éste desbordó el hecho artístico, o como he dicho en alguna entrevista, el desborde se provocó justamente por ser un hecho artístico.

El film, preservando su valor documental, fue capaz de adquirir un nivel artístico que como tal expandió múltiples valores, entre ellos, una comunicación emocional muy intensa que resulta conmovedora hasta el día de hoy para amplios sectores sociales. Se convirtió así en un film popular.

Pero claro, ni Miguel ni el resto del equipo técnico y artístico trabajamos previendo ese resultado. Nuestro interés compartido estaba centrado en crear un hecho artístico que reforzara la denuncia sobre la “justicia de clases” en nuestro país. Esa idea hace del film una suerte de reconstrucción de los hechos. El guión – que contó con la colaboración de varios amigos de Miguel, siendo Fernando Bellet pivote fundamental - se apega estrictamente a lo sucedido, logrando una eficiente síntesis dramatúrgica.

De la justicia de clases en Chile había hablado en 1967-68 don Eduardo Novoa, decano y jurista connotado, en una conferencia foro en la Universidad de Chile. Exposición que se publicó posteriormente en una revista académica. El tema por esos años estaba en al aire, como se dice.

En 1963, habían fusilado a Jorge Valenzuela Torres, llamado por los medios el Chacal de Nahueltoro. De manera que el señor Novoa puso el caso del “gañán” Valenzuela Torres como un claro ejemplo de la justicia de clases.

Esa exposición del jurista Eduardo Novoa, fue el punto de partida de Littin para hacer un film al respecto. El caso, había sido impactante en los años 60, y los medios de comunicación habían explotado ampliamente el aspecto policial del hecho.

Debido a que en 1969 en Chile, la lucha social y política estaba en pleno ascenso, los sectores de derecha comenzaron a criticar con acritud el proyecto de “gastar película” en la vida de un gañán, marginal y asesino. El diario El Mercurio y otros medios ligados a la derecha económica y política atacaron con tanto ahínco el proyecto, que dicho film recibió, aún antes de ser rodado, una magnífica publicidad.

“Qué le espera al cine chileno. Han ido a buscar argumentos en los tarros de basura para hacer una película”, decía El Mercurio en uno de sus tantos artículos, denostando el proyecto fílmico. Nosotros, el equipo, pensábamos que si en los tarros de basura encontrábamos seres humanos, significaba que las cosas andaban muy mal en nuestro país.

Con Miguel, hablamos muchas veces sobre el trabajo que nos esperaba una vez terminado el guión, que por cierto, era un guión muy sólido. Un guión que prácticamente no sufrió modificaciones durante el rodaje. En la escritura de ese guión, Miguel - a la sazón, joven director de televisión de unos 26-28 años -, había logrado como dije más arriba la ayuda o consejo de algunos amigos, entre los cuales recuerdo a Fernando Bellet - “el burro Bellet” -, un francés-chileno particularmente simpático y con una magnífica preparación cinematográfica, obtenida en Francia. Fernando, estaba ligado al Departamento de Cine de la Universidad de Chile: Cine Experimental.

Este último organismo fue uno de los coproductores del film, aportando el equipo técnico, además de personal: Héctor Ríos (fotógrafo y operador de cámara), Pedro Chaskel (editor) y Bellet, este último ayudante de dirección y fundamentalmente “consejero cinematográfico” de Littin. Posteriormente durante el rodaje se integró también al equipo como ayudante de dirección Pepe Sánchez, un muchacho colombiano llegado recientemente a Chile, particularmente sensitivo, “…con rumor de cumbia/ y olor de aguardiente…”.

Previo al rodaje, nuestras conversaciones con Miguel, la verdad, no se referían al guión, ni siquiera a la historia de Jorge Valenzuela Torres. Hablábamos de los contextos; de algunos teóricos sociales de la época; de nuestras propias experiencias del mundo campesino que ambos conocíamos, él en la región de Colchagua, yo en la región de Ñuble. Habíamos conocido universos similares en los cuales se desenvolvió la vida de Jorge, de Rosa y los chiquillos.

Creo que esas conversaciones, sin proponérnoslo, fueron en definitiva un excelente método de aproximación y motivación artística para ambos.

Hay que decir que Miguel Littin, ante su primer largometraje, además de su talento, tuvo la virtud de saber escuchar las sugerencias – sobre todo relacionadas con el lenguaje cinematográfico: Bellet, Chaskel y Ríos -, y discernir lo más conveniente.

Económicamente, “El Chacal…”, fue una coproducción entre Héctor Noguera y Cine Experimental. Recuerdo que Noguera recibió una herencia (varias hectáreas de tierra, si no recuerdo mal, de un abuelo), de cuya venta Héctor obtuvo un dinero importante que puso en la producción. Ese fue el dinero cash con que contó el rodaje.

Y de este modo, los propietarios de los derechos del film serían Héctor Noguera y Cine Experimental (Andando el tiempo, Littin se las arregló para administrar él la explotación internacional del film). A los actores protagónicos, no se nos pagaron honorarios. Se nos contrató bajo el compromiso de participación en el film. A mí se me asignó el 7% de las utilidades nacionales e internacionales, de por vida, y a Shenda Román el 3%. Durante el rodaje, creo que recibimos un viático simbólico. (Nunca recibí un peso de mi porcentaje. Pero esa es otra historia)

Antes de continuar debo aclarar que el sumario judicial habla de “José”, pero don Eloy Parra, el sacerdote que lo asistió en prisión hasta su muerte, afirmaba que su nombre de bautizo fue “Jorge”, y yo prefiero utilizar este nombre.

Bien. A todo el equipo de filmación nos instalaron en la casa que antes fuera del administrador del fundo Nahueltoro, cedida gentilmente por el propietario de la hacienda, el señor Dinamarca. No recuerdo su nombre. Y allí alojé yo, junto al resto de los compañeros.

“El Chacal de Nahueltoro” se rodó en los mismos lugares en que sucedieron los fatídicos hechos.

En los días posteriores de mi llegada a Nahueltoro, el equipo de filmación comenzó a rodar exteriores, paisajes. Planos diversos de los lugares de la región. Eso me dio tiempo a mí para comenzar a familiarizarme con el lugar y con mi vestuario, el que me puse desde el primer día que llegué hasta terminar el rodaje. Claro, cada día mi hedor era más fuerte. Felizmente el rodaje tuvo una larga etapa en exteriores, para alivio del resto del equipo.

Comencé también mi plan de “engorda” (aumentar de peso). Al mediodía de la mañana siguiente de mi llegada, fui a conocer el lugar en donde Jorge había cometido los crímenes.

Aquello era increíble. Una niebla densa cubría todo el lugar: en la parte del lecho seco del río Ñuble, entre piedras y arbustos, debajo de algunos árboles de litre y boldos, allí habían vivido Jorge, Rosa, la mujer, y sus cinco pequeños hijos. El mismo lugar que se ve en el film. Mirando aquello, y sabiendo lo que yo ya sabía sobre victimario y víctimas, me llené de espanto. En medio del silencio que reinaba en aquel lugar, mi subjetividad pareció sentir que el horror de la muerte aún rondaba por allí, entre litres y boldos.

En ese mismo momento mi decisión fue definitiva: no intentaría una actuación distanciada como actor, crítica, sino por el contrario, intentaría una identificación emocional con el personaje para que dicha emoción fuera transferida al espectador hasta hacerlo sentir el horror, al mismo tiempo que la compasión por Jorge, Rosa y los niños. Si esa emoción, se convertiría o no en reflexión, sería responsabilidad de cada espectador.

Mirando aquel paisaje solitario, silencioso, lo que allí había ocurrido me atizó antes que nada el sentimiento. Jorge, me pareció más que nunca un victimario-víctima. Y Rosa y los niños, portadores del signo trágico de víctimas propiciatorias. En definitiva, esos siete seres humanos, todos víctimas de la marginalidad, de la injusticia social… Se me humedecieron los ojos aquella mañana…

Conscientes, Miguel y yo, de mi difícil integración al personaje, decidimos comenzar por planos que no comprometieran mi actuación. Recuerdo que el primer plano que tiramos de Jorge, éste, va sembrando trigo. Es un plano breve, minutos después que comienza el film.

Para mí, y para el resultado final de la película, fue una suerte que en toda la primera parte del film, los exteriores en Nahueltoro, el personaje no tuviera diálogos, excepto dos o tres réplicas, pero grabadas solamente como registro, porque los diálogos serían doblados una vez finalizado el rodaje, y editadas las partes pertinentes.

Digo que fue una suerte, porque yo no sabía cómo hablaría Jorge. Debo confesar que durante todos los exteriores, si bien yo comencé a encontrar su conducta física, no tenía idea de su voz ni su cadencia en el hablar. Eso para mí era un misterio. Sólo intuía una cadencia de bebedor consuetudinario, a juzgar por los campesinos alcohólicos que yo había conocido. Pero claro, una actuación que intentaba la identidad, necesitaba la voz y la cadencia de Jorge, no me bastaba la de “un campesino”. De manera que esa era una tarea pendiente. Llegaría el día en que tendría que decidir: así habla Jorge.

En alguna de las tantas entrevistas que me han hecho a propósito del personaje, he dicho que la imagen que me hice de Jorge fue la de una persona que mira el mundo como una cámara fuera de foco. Es decir, intenté imaginar cómo yo mismo sentiría y vería el mundo si mi mente estuviera fuera de foco. Yo pensaba que algo así me había ocurrido las veces que yo mismo había estado ebrio (en el campo, durante mi adolescencia, era difícil “hacerse hombre” sin beber). La cuestión particular aquí, consistía en que Jorge era alcohólico, estaba saturado de alcohol, intoxicado.

En la medida que fui logrando ese estado mental, o el estado físico que condicionó mi mente – no sé decir si el huevo o la gallina -, comencé a encontrarme con Jorge. Durante las filmaciones en Nahueltoro, sentí que física y mentalmente la transfiguración en Jorge se había integrado. Pero el gran misterio, ¿cómo hablaría?

Ver el mundo fuera de foco, provoca una suerte de indiferencia. Todo te llega como rumores lejanos, como en sordina. Y bajo ese efecto, tú, a la vez, te expresas en la misma forma. Tu contacto contigo mismo y con la realidad que te circunda se realiza en medio de las penumbras. Un alcohólico de tercer grado no se “orea”. Está y no está en el mundo real…, aunque le reste una débil voluntad de estar…

En los días del rodaje en Nahueltoro, yo intenté embrutecerme de diferentes maneras. Tenía libertad de comer y beber sin límite, aunque bebiendo cuidé de no embriagarme. Sin embargo, un día en que terminé la filmación en el mismo pueblo de San Fabián de Alico a la una de la tarde, me acompañó a almorzar en un restaurante sito en la calle principal de San Fabián, mi amigo François Soto (actor), que en este rodaje trabajaba como uno de los productores de campo, proveedor de intendencia, del transporte, coordinador entre el rodaje y autoridades de Chillán y laboratorio de Santiago. El típico trabajo sin descanso tras las cámaras, que nadie agradece ni valora suficientemente, pero que es fundamental para la marcha del rodaje.

Por supuesto, como he dicho antes, yo andaba siempre vestido con el vestuario del personaje, unas ropas andrajosas, y calzado con ojotas. Pero eso en el restaurante no importaba, porque sabían que en el pueblo y la región había un grupo filmando una película.

Un plato criollo de conejo escabechado, unas copas de vino, y luego la traicionera chicha, despertaron en François y en mí, el amor por el bell canto. En realidad, éramos los únicos clientes del restaurante. Comenzamos a recordar algunas áreas de ópera, y luego seguimos por diversas romanzas que nos parecían muy bien ejecutadas por nuestras humedecidas gargantas.

El resto del equipo de filmación llegó también al restaurante un poco más tarde, y celebraron nuestro humor, incluso con algún aplauso. Pero cuando alguien quiso establecer un diálogo con nosotros, sin previo acuerdo entre François y yo, contestamos en melopea, es decir, medio cantando medio hablando, como se estila en la ópera. Al comienzo eso también fue celebrado. Sin embargo, como alguien necesitara una respuesta de trabajo concerniente a François, y éste, contestara en melopea, se le exigió seriedad. Y entonces yo me sentí obligado, cual héroe de ópera, salir en defensa de mi amigo, y melopeando increpé al intruso. Se acercó Littin a pedir orden. Le dimos las más gentiles y respetuosas explicaciones, pero melopeando.

En ese momento, los compañeros del equipo técnico y Littin, decidieron irse a otro salón del comedor para no seguir escuchando nuestras estupideces, que a esa altura, terminado nuestro repertorio operático, continuamos con François, definitivamente comunicándonos en melopea. Y así salimos aquel atardecer por las calles de San Fabián, en dirección a la casa en que pernoctábamos transitoriamente, melopeando a voz en cuello, sin que nadie lograra hacernos callar. Al otro día, la seria reprimenda se la llevó François, porque mi actitud, dijeron disculpándome, se entendía como “búsqueda de identificación con el personaje”. ¿Se aplicaría la justicia de clases en este caso?

El rodaje estuvo lleno de anécdotas, tantas, que tal vez llenarían un libro ellas solas. Con el tiempo se han ido diluyendo en la memoria.

Sin duda la más impresionante, y que a la vez me dio la pauta que mi transfiguración iba por buen camino, sucedió una mañana en que llevaron al lugar de rodaje a las niñas que serían las víctimas en el film. Eran muchachitas campesinas del lugar, coincidentemente de apellido Villagra. Recuerdo que yo estaba calentándome cerca de una pequeña fogata, en cuclillas. Las vi de lejos. Miguel y Shenda Román hablaban con ellas. Desde allá lejos me señalaban. De pronto Miguel me hizo señas que me acercara al grupo. Tomé el cuchillón pensando que iniciaríamos algún plano, y caminé hasta el grupo. Cuando todavía me faltaban unos tres metros para llegar, las muchachas retrocedieron espantadas rompiendo en llanto.

Claro, el Chacal, en aquellos campos era para ellas el equivalente al “viejo del saco” con el cual nos metían miedo a los niños de provincia. Las muchachitas se habían criado con el temor de encontrarse un día por los caminos con “el Chacal”, cuchillón en mano, dispuesto a despedazarlas.

Fue difícil convencerlas esa mañana, que no les pasaría nada, y que yo era un actor solamente. ¿Un actor? ¿Qué era un actor para ellas?

-Me toman fotografías, les dije, son sólo fotografías… Miren, esta es mi señora, agregué señalando a Shenda. Yo tengo hijos chicos con ella, igual a ustedes, ¿cierto Shenda?

-Claro que sí, se llaman Panchito, Peruchito, Alvarito… Los diminutivos harían mayor efecto, pensó Shenda. Otro día les voy a mostrar sus fotos. Él es bueno, dijo por mí, mientras me abrazaba. ¿Ven? Si todo lo que vamos a hacer es de mentira. Es como jugando…

Shenda y alguien de producción retiraron a las muchachitas del lugar para darles café y alguna golosina. Hacia el mediodía de aquella mañana las cosas se habían calmado, aunque el temor de nuestras brillantes actrices siempre estuvo latente en ellas hasta que terminaron las fatídicas escenas.

Recordando anécdotas curiosas del rodaje, una de las mañanas que llegamos a aquel set del lecho seco del río, necesitábamos que el día estuviera nublado, porque nublado estaba el día que comenzamos a rodar la secuencia de los crímenes y ahora debíamos continuar. Eran las 8 de la mañana, y el sol esplendoroso y un cielo azul como en el Himno Nacional. Y era el segundo día que nos sucedía lo mismo. Estábamos realmente preocupados. Sin un día nublado no podíamos continuar la filmación, necesitábamo continuidad de luz. Esperamos la mañana entera. Ni una nube. Era cerca del mediodía y comenzamos a prepararnos para filmar otras secuencias en otro lugar.

Entonces, como broma, antes de partir, se me ocurrió decirle a Miguel que yo convocaría los espíritus para traer las nubes. Y entre broma y serio, me puse a inventar sonidos, acompañado de una leve danza, moviendo algunas ramas y cruzando de manera caprichosa algunos pequeños palos en el suelo. Pedí un fósforo y comenzó a salir un poco de humo. La gente que seguía preparando los equipos para marcharnos, miraba aquello entre sonrisas…

Y de pronto Miguel grita: Paren, paren, allí vienen nubes…

Efectivamente, llegó hasta nosotros una densa niebla que nos permitió filmar todo el resto de la tarde. No pude de dejar de mirarme diciéndome: “Eres grande, Villagra”.

Y el equipo, dudaba entre la simple coincidencia y mis pases mágicos. Sin embargo, mis poderes de chamán, reinaron aquel día solamente hasta que llegamos a las casas del fundo, donde, enterado de mis poderes, el señor Dinamarca se reía de buena gana, advirtiéndonos que en el futuro debíamos llegar a la rivera del río al mediodía: “A esa hora, los brujos siempre podrán ayudar a nuestro amigo Villagra”.

No nos habíamos dado cuenta que el primer día que filmamos en aquel lugar, efectivamente lo hicimos después del mediodía, hora en que habitualmente avanzaba una vaguada que permanecía allí hasta el amanecer.

Otra anécdota que recuerdo, fue una broma dirigida hacia Miguel. Todos sabíamos que Littin le tenía “mucho respeto” a la noche campesina, y el asunto de estar haciendo una película sobre un hombre oriundo de aquellos lugares que había sido fusilado solía inquietar a Miguel. Los niños muertos, Rosa y el propio Jorge, eran potenciales “ánimas en pena”. De manera que los aparecidos, los fantasmas, no eran para Miguel cosa de broma. En general, quienes hemos tenido relaciones con el mundo campesino, si no somos creyentes, al menos nos precavemos… (“El chuncho canta y el indio muere, no será cierto, pero sucede”).

Un día que yo no tenía filmación, acompañé a François Soto a Chillán, con la intención de visitar a mis padres que vivían allí. Regresamos tarde en la noche a la casa de Nahueltoro, con unas cuantas copas de vino en el cuerpo. Y se nos ocurrió meterle miedo a Miguel.

Con François nos pusimos a correr por los potreros, aledaños a la casa, aullando de manera lo más extraña posible, mezcla de aullidos y llanto, a veces de bebé. Sabíamos que al hacerlo desde lejos, el efecto resultaría más inquietante. Estuvimos largo rato corriendo de un lado a otro, y no sé por qué, quizás por enrarecer los sonidos, corríamos en cuatro patas.

Claro, no advertimos que en la casa, también dormían Héctor Ríos y Pedro Chaskel, hombres espartanos que necesitaban descansar para seguir todos los días con su intenso trabajo. Pronto escuchamos sus voces exigiéndole a Miguel que nos llamara al orden. Sin embargo, nosotros sabíamos que sería difícil para Miguel asomarse en medio de la noche tan siquiera a la puerta de la casa. Casa, que tenía un pequeño portal en cuyos muros el personal había afirmado verticalmente un ataúd que sería utilizado en el rodaje.

Por momentos se hacía el silencio en casa, suponíamos que querían distinguir bien los ruidos. Porque aunque los más escépticos sospechaban de nosotros, tampoco podían asegurarlo. En tanto citadinos, ignoraban los ruidos nocturnos que suelen escucharse en los campos en noches oscuras: el viento; perros; ranas; lechuzas; vacunos; caballares, ovejas…, y sonidos… “del más allá”…

Escuchamos la voz de Miguel desde dentro de casa, que con voz insegura nos pedía silencio. Aunque notamos claramente en su tono que no estaba seguro si éramos nosotros o… “algo…”

Entonces le dije a François por lo bajo: métete dentro del ataúd, porque Miguel se verá obligado a salir a la puerta. Cuando lo haga, tú abres la tapa de la urna.

François siempre fue delgado, pero debido al intenso trabajo del rodaje, había días en que estaba cadavérico. Por lo tanto, estaba en casting perfecto para la broma. Mientras mi amigo se metía dentro de la urna, yo seguí haciendo sonidos extraños: resuellos, quejidos, en fin, ahora más cerca de casa y enfrente de la puerta. Las voces de Pedro y Héctor, seguían reclamando seriedad y disciplina.

Y así fue. Miguel, era el responsable de todo el equipo, tenía que hacer de tripas corazón y salir a enfrentar aquello que podía ser…, o podía no ser… En la oscuridad de la noche campesina podía suceder cualquier cosa…

Por fin, Miguel salió al pequeño portal con una vela en las manos, luz que creaba luces y sombras movedizas de todo tipo. Cuando:

-¡Oye, por favor corten el…! -, comenzó a decir Miguel. Pero en ese momento la tapa de la urna comenzó a crujir al abrirse y entonces Miguel soltó la vela y con voz ahogada alcanzó a decir: - ¡Mierda, chucha, qué es esto!, cerrando la puerta de casa violentamente.

En ese momento François y yo, corrimos rápido hacia la Citronetta que habíamos dejado distante de la casa, y echamos a andar el motor acercándonos a la vivienda. Era nuestra esperanza para intentar mantener el engaño. Justo habían salido a la puerta los más valientes, Chaskel y Samuel, un ayudante de cámara:

-Hola -, saludamos inocentemente bajándonos del vehículo.

-¡A nosotgros no nos hacen güevones, igregsponsables!, dijo Chaskel con su acento alemán, e ingresó a la casa, molesto. Samuel sonreía, limitándose a preguntar si François había traído el material virgen.

Por supuesto, fue nuevamente mi amigo Soto quien recibió la reprimenda de Miguel aquella noche, advirtiéndole que no habría segunda vez.

Pero nosotros nos fuimos de negativa. Nadie nos pudo sacar una confesión… Sólo días después, cuando la anécdota fue materia de risas, compartimos también nosotros las bromas dirigidas a Miguel…

En aquellos años no se acostumbraba – en realidad no existía el video – a filmar el making-off del rodaje. Sucedían muchas cosas fuera de cámara, evidentemente. En realidad, se necesitaría un libro para relatar tantas anécdotas y peripecias.

Un día que estábamos rodando en un camino una de las caminatas de Jorge acompañado de otros cesantes o afuerinos, llegó un grupo real de afuerinos, unas siete u ocho personas entre hombres, mujeres y niños, quienes se sentaron a la vera del camino para descansar.

La producción no había logrado reunir más de tres o cuatro afuerinos con quienes estábamos filmando esa mañana. Y Héctor Ríos le decía a cada rato a Miguel “se ven muy pocos, Miguel, no puedo ampliar el cuadro”.

De tal forma que Miguel, viendo al grupo que se había sentado a la orilla del camino, pensó que el maná del cielo venía a sus manos. Me dijo:

-Nelson, acercate a ellos y los invitas a trabajar con nosotros. Con esa vestimenta te harán más caso…

Me acerqué a la cuadrilla de afuerinos, y luego de tratar de entablar relaciones con ellos preguntándoles de dónde venían y hacia dónde iban, viendo que me respondían con monosílabos y recelosos, les dije por las derechas que si querían ganarse unos pesos extra, podían trabajar con nosotros.

Se puso de pie el que parecía ser el jefe de la cuadrilla, un hombre alto, unos 45 años, rostro anguloso y cuerpo macizo. Su físico y actitud enhiesta contrastaban con su pobre vestimenta:

-¿Y qué sería?, preguntó.

-Unas fotos. Esos caballeros andan sacando unas fotos pa ver la pobreza nuestra…

El hombre miró a su grupo, pensó un momento y agregó:

-¿Y aónde van a mostrar la pobreza?

-Aquí, en todo Chile, y por todo el mundo, agregué intentando darle más importancia…

El hombre miró de nuevo a su grupo. Luego de un momento se agachó para echar mano a su bolsa con cuyo gesto los demás se levantaron. El hombre, entonces, con una dignidad y molestia que nunca olvidaré, me dijo:

-¿Y por qué nohotros tenimos que andar mostrando nuestra pobreza por el mundo entero?

El grupo emprendió la marcha, decidido:

-Oiga, pero escuche, esto nos conviene a todos, dije. Es pa denunciar a los ricos (quise hacer el discursito…)

Nada. La cuadrilla siguió su marcha, impertérrita, pasando por en medio de cámaras, utensilios y compañeros de la filmación, quienes miraban a la cuadrilla y a mí, como pidiendo una explicación…

EL TREN CON LOS AFUERINOS EN CHILLÁN

Y EN EL MERCADO DE CHILLÁN CON EL AFUERINO



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1 Comentarios

  1. Anónimo12/20/2022

    Excelente Crónica Jorge , llena de entretenidos recuerdos del equipo en Rodaje , varios extras Sanfabianinos en algunas escenas de la Cantina ... por cosas de la vida Filme con Hector Ríos muchas veces.. una persona encantadora gran profesional y con Toño Ríos su hermano , también director de Fotografía , que vivió en Mexico muchos años y fuimos compañeros de Cine con Fernanda Bellet hija de Fernando Padre , las vueltas de la vida...ojalá Nelson Villagra te envíe mas anécdotas del rodaje en San Fabian Saludos y un Abrazo .

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