Las mañanas del silencio

Jorge Muzam

Hoy, 2 de febrero, pasé temprano por la Plaza de Armas de San Fabián. Suelo evitarla desde que empezaron a proliferar los parlantes a toda hora emitiendo gustos musicales que en lo personal me suelen fastidiar. Por mi parte nunca le impondría la ópera a nadie. O el jazz. O la música barroca. Para eso se inventaron los audífonos, para no contaminarle el espacio auditivo a otros. Es un tema de respeto al fin y al cabo.

Pues hoy solo había silencio. Unas cuantas personas que conversaban animada o escuetamente. Uno que otro ciclista. Niños jugando a la antigua, sin aparatos tecnológicos. Y la brisa apenas perceptible estremeciendo las hojas de los tilos. 

Me encontré con mi querido profesor Ricardo Salas y pudimos repasar el agua bajo el puente de tantas décadas. El fue mi profesor desde primero a cuarto básico en la escuela de San Fabián. Específicamente desde 1978 a 1981. Otros tiempos sin duda. Recuerdos de polvo en las calles, de inviernos largos, de puelches endiablados. Muchos de los compañeros de entonces hoy somos padres y abuelos. De esa generación de profesores han partido varios. Del pueblo de aquellos años van quedando más que nada recuerdos, algunas árboles, unas pocas casas y una que otra gente antigua que resiste como noble pellín el paso de las épocas.

Luego me encontré con Don Vlas que venía llegando de sus andanzas por sures y nortes.

Sentí una felicidad muy íntima de poder por fin conversar en nuestra plaza. Algo que resulta dificultoso, exasperante y hasta imposible con los parlantes a todo volumen compitiendo entre sí.

Sin ánimo de que mi preferencia por el silencio prepondere por sobre el gusto musical que suelen imponer otras personas, quizá podrían establecerse las mañanas del silencio en la plaza de San Fabián, para que los conversadores, madrugadores, contempladores, los lectores de periódicos, los amantes de la calma, del tramonte tranquilo de los primeros rayos de sol, tengamos también un espacio disponible para nuestra forma de convivir y disfrutar de este pueblo cordillerano.

Fotografía: Lorena Ledesma

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