Jorge Muzam
Sol abrasador en el epílogo del verano. La última oleada de veraneantes remoja su humanidad en las tranquilas aguas de la Balsa. Una extensa playita sin correntada permite que los niños naden y se salpiquen sin correr peligro. Los adultos, con el agua hasta la barriga, contemplan el Malalcura, las Torres de Lara, el Alico quemado, maravillados ante tanta belleza y a la vez intranquilos por la inminencia de marzo.
Noches cálidas. Un microbús con libros viejos ofrece su mercadería junto a la plaza. Desde su interior emana la voz de Violeta Parra. Puzzlerías, revistas para pintar, libros colegiales, uno que otro best seller. Da gusto verlo ahí, contraviniendo la época, intentando vender hojas impresas en tiempo de virtualismos.
Desde el otro costado de la plaza nos llega el aroma de los anticuchos, de las fritangas, de los jugos de frutas. Seis trocitos de carne y un pan en la punta. Es suficiente para pasar el hambre, para cenar al descubierto, caminando incluso, mientras desde el escenario central se escuchan los zumbeos de una bailarina llamando a mover el esqueleto. Participan niños y adultos, sanfabianinos y visitantes, gordos y flacos, y hasta Cholito, vestido para la ocasión con un ajustado short de mezclilla, replica con entusiasmo los rápidos movimientos de la zumba.
Se despide el verano. No todo resultó como se había previsto. El gran incendio nos dejó una huella de impotencia en la mirada. Pero se sigue adelante, confiados en la recuperación de nuestro bosque nativo, en la perduración de un San Fabián idílico, esperando la pronta maduración de membrillos y castañas, de uva para la chicha, de manzanas amarillas, duraznos abrileños y encina para los chanchos. Hoy es tiempo de moras, de pincharnos los dedos para recolectar la fruta de la más sabrosa mermelada.
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