Tesoro inmaterial


Jorge Muzam

Tengo un afán compulsivo por juntar libros. Todos los libros con los que siempre soñé. Esa enorme biblioteca que llegaría hasta el techo, que yo mismo construiría, y donde albergaría mis amados libros, y también los libros despreciados por otros. Todas las áreas del conocimiento tendrían cabida: la geología, la pintura, la astronomía, la música, la literatura y la filosofía. Lo nuevo y lo antiguo.

La poca practicidad de ese deseo, la imposibilidad de llevarlo a cuestas en mi errancia, me ha volcado a un frenesí por encontrar libros virtuales, obras sin existencia física, sin peso ni masa, obras completas de mis autores preferidos, y obras importantes que desconocía y a las que he llegado por mero accidente.

En esta nueva forma de acumulación nos vemos obligados a prescindir de ciertos aspectos sensoriales. Aspectos que eran importantes a la hora de disfrutar un libro a la antigua, como poseerlos en nuestras manos, cuidarlos de los peligros, de las manchas y estropicios del diario vivir, contemplar sus tapas, su diseño, sus letras, su aroma, sobretodo el aroma a tinta fresca o al encierro de las bibliotecas, y ese sonido invaluable, especie de carraspeo circunspecto del tiempo que era el leve crujir del cambio de página.

Pero todo puede suplirse. Al menos permítanme el autoengaño. De esta forma, me he enriquecido con obras de Stefan Zweig, Philip Roth, Hemingway, John Steinbeck, José María Arguedas y Ciro Alegría. También de una selecta biblioteca consagrada a la creación chilena. La lista es muy grande y no quiero aburrir a mis amables lectores. Sólo comunicarles acerca de este extraño mal que me afecta, algo así como una secuela de esa fiebre que padecieron los monjes medievales que resguardaron el conocimiento de la humanidad.

No sé que pasará con esta selección de obras. Es un tesoro sin valor para quien no le importe el saber o la mirada de los demás. Pero a mí ya me enorgullece. Si quiero leer o tan sólo consultar a Hobsbawm o a Flaubert, o a quien sea, sólo abro la carpeta correspondiente, y allí encuentro al segundo todo el registro que dejaron en su paso por este mundo.

Foto: Archivo Sanfabistán.

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